—¿Cuántos
son ustedes?
—Miles, que
van por los caminos, las vías férreas abandonadas, vagabundos por el exterior,
bibliotecas por el interior. Al principio, no se trató de un plan. Cada hombre
tenía un libro que quería recordar, y así lo hizo. Luego, durante un período de
unos veinte años, fuimos entrando en contacto, viajando, estableciendo esta
organización y forzando un plan. Lo más importante que debíamos meternos en la
cabeza es que no somos importantes, que no debemos ser pedantes. No debemos
sentirnos superiores a nadie en el mundo. Solo somos sobrecubiertas para
libros, sin valor intrínseco. Algunos de nosotros viven en pequeñas ciudades.
El Capítulo I del Walden, de Thoreau,
habita en Green River, el Capítulo II, en Willow Farm, Maine. Pero si hay un
poblado en Maryland, con solo veintisiete habitantes, ninguna bomba caerá nunca
sobre esa localidad, que alberga los ensayos completos de un hombre llamado
Bertrand Russell. Coge ese poblado y casi divida las páginas, tantas por
persona. Y cuando la guerra haya terminado, algún día, los libros podrán ser
escritos de nuevo. La gente será convocada una por una, para que recite lo que
sabe, y lo imprimiremos hasta que llegue otra Era de Oscuridad, en la que,
quizá, debamos repetir toda la operación. Pero esto es lo maravilloso del
hombre: nunca se desalienta o disgusta lo suficiente para abandonar algo que
debe hacer, porque sabe que es importante y que merece la pena serlo.
Ray Bradbury
Fahrenheit 451,
Orbis, pp. 171-172